Retorno feliz para algunos miembros de la comunidad desplazada de Cacarica [Foto: Julien Menghini]

Articulo publicado en el Boletín especial 15 años, octubre 2009

Roberto Rodríguez, Beatriz García, Pedro Lázaro y Beatriz Muñoz, voluntarios de España (1999-2006)

Desde Turbo, pueblo que acogió a miles de desplazados expulsados de sus tierras por los actores armados, se organiza el retorno a la cuenca del río Cacarica, en el departamento del Chocó.

Desde el amanecer las personas van llegando al puerto de Turbo con sus bultos y enseres. Allí están los líderes, los acompañantes de Justicia y Paz y PBI. Con las primeras horas del día todo es trajín, movimiento, niños y niñas, alegría, incertidumbre. Las chalupas se van cargando, la panga de PBI está preparada. Los brigadistas van y vienen de los albergues, trayendo gente en el carro. Otros permanecen en el puerto, pasean, observan, hablan con la gente de la Comunidad de Autodeterminación Vida y Dignidad  (CAVIDA), hay mucha gente mirando, hay inquietud. 

La gente sube a las chalupas, arrancan los motores, la gente llora y canta «Óyeme Chocó». Mucha gente saluda desde la orilla. Estamos en el retorno. 

Así recordamos las diferentes fases del retorno al Cacarica. Durante el año  2000 hubo tres retornos. Como miembros de PBI acompañamos,  a veces hasta los asentamientos, y otras veces despedimos desde el puerto. Fue el año de los reencuentros, de volver a la tierra, de la organización, de la alegría, del miedo, de la solidaridad. Y allí estábamos colaborando a que todo esto fuera posible.

Los albergues en los que dormíamos, tomábamos tinto, jugábamos con los niños, escuchábamos relatos, se iban quedando vacíos. Los viajes por el río Atrato se intensificaban.

En Turbo y en otras comunidades acompañadas por PBI los paramilitares seguían matando. Se entremezclaban sentimientos de todo tipo y mucho trabajo. Los brigadistas éramos una pequeña parte de esta historia visible de solidaridades que fueron tejiendo la posibilidad del retorno al Cacarica.

En Nueva Vida, uno de los lugares de retorno en Cacarica, organizada en zona humanitaria como medida de autoprotección, las mujeres prepararon la olla comunitaria y también la acogida, el lugar de encuentro en torno al plato de arroz. Todos dormíamos en la escuela y la capilla, los brigadistas aprendimos a colocar bien el mosquitero, a convivir con los zancudos y a las madrugadas de pesca. Fuimos testigos de la construcción de las primeras casas, de los campeonatos de fútbol, de las largas reuniones al atardecer y de las conversas compartidas con los acompañantes de Justicia y Paz. Vivíamos momentos de mucha ambivalencia, la «normalidad» de la vida cotidiana, de los baños en el río con las noticias de masacres en otras comunidades y los señalamientos y amenazas a CAVIDA.

Y así pasó el año  2000 y la gente siguió retornando «en medio de la guerra» como siempre decían ellos, pero con criterio, convocando la responsabilidad del Estado, el acompañamiento internacional y las ganas  de «vivir y trabajar en paz como comunidades dignas, que podemos reclamar derechos a ver si de pronto algún día se hace justicia»1. Y PBI estuvo ahí.&nb

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1 «Regreso a Cacarica»,  El País (España), 16 de marzo de 2000

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Roberto Rodríguez, voluntario de España (2000-2005)

Alrededor de 200 personas desplazadas atravesaron la serranía del Darién y se refugiaron en Panamá. Desde allí fueron repatriados a un lugar del Pacífico llamado Cupica, lejos de sus tierras y sus familiares. En 2000 salen de este pueblo para reencontrarse en Turbo con sus familiares y retornar juntos a Cacarica: 

Los preparativos avanzaban, los bultos se amontonaban al lado de las casas, los niños corrían de un lado para otro, había rostros alegres, otros inquietos. La gente se despedía de las amistades de estos largos tres años de desplazamiento. A los vecinos les regalaban enseres, cuadraban quién se podía quedar con la madera y con las casas. Las avionetas fueron llegando. Primero subieron las mujeres embarazadas y los bebés y más tarde los anciano y las familias. Risas, abrazos, entusiasmo. Y las avionetas partían con la gente, los perros de caza, las pocas pertenencias. Y al final los acompañantes subimos en la última avioneta con algunos símbolos, con todos los sueños y con un nudo en el estómago por lo que estábamos  viviendo. Y después de 10 días volvimos a la casa del equipo de PBI. Nos esperaban con cena, unas cervezas y hablamos de todo lo vivido. Al irnos a dormir imágenes en la cabeza y emociones en la piel. Muchos meses de trabajo, de alegrías y tristezas, adquirían sentido y valor. &nb