Para los hombres es más arriesgado dar la cara en la lucha por la tierra. Eso pensó un día Liria Rosa García, campesina de Curvaradó, un retazo de selva húmeda cerca de la frontera de Colombia con Panamá, en la zona de Urabá. Y se echó sobre los hombros la tarea de pelear por un territorio ancestral de comunidades negras del que huyó en 1997 cuando los paramilitares, con la complicidad del Ejército, entraron a adueñarse de todo.